Home


Parece que siempre encuentro a mi casa, mi hogar, cuando me voy.

En realidad parece como si estuviera hecho de retazos, de recuerdos, de una sumatoria de cosas que me gustan, más que de un lugar real en sí.

Hasta creo que las puedo enumerar.


Estoy segura que siempre va a estar hecho del olor dulce de la almohada de mi mamá, del color turquesa irreproducible del cielo de Jujuy, de bibliotecas en donde los libros se apilan en extraños ángulos porque no dan abasto. Está hecho de los gritos, risas y peleas de mis hermanos, de sus abrazos y sus besos, de mi papá pidiéndome que le rasque la espalda. Los mates con leche, los fideos con crema, de la sensación del pelo blanco de Leti como algodón entre mis dedos, la risa áspera de mis abuelos.

En un momento estuvo hecho de mates y apuntes, noches enteras sin dormir por dejar todo para último momento, Fernet y criollitos calientes que se comen de a pedacitos. Estuvo hecho de malos boliches pero muchas salidas, de canciones de bandas británicas cantadas en lamentables estados, de departamentos con paredes muy finas y de encontrar el camino hacia uno mismo. Las calles torcidas y con nombres cambiantes, los buenos pastores y el río contenido. Estuvo hecho de esperar y de reencuentros, de bailar hasta la madrugada en el medio de montañas, de recuperarse, seguir y tomar decisiones que te cambian la vida.

Por cinco meses estuvo hecho por una casa compartida con 120 personas, por amigos de diferentes partes del mundo, por siestas en la universidad. En ese mundo se salía los jueves, se tomaba cerveza de banana y me escabullía a la madrugada en su departamento. La música era siempre en vivo y los desayunos demasiado grandes. El té verde en lata, los vasos rojos de película, las celebraciones a los muertos.

Ahora está hecho de olor a curry y a un perfume que todavía no logro identificar, pero que está por todas las calles. Idiomas que escucho al pasar, de los cuales no entiendo ni uno. De nuevos amigos pero también de valerme por mi misma. Del canto del viento cuando pasa entre los mástiles de los veleros que están esperando en la playa de St. Kilda. El menú principal es cualquier cosa de las panaderías baratas o los tenedores libres hindúes. Está hecho de besos en Federation Square y de romper ventanas en casas que van a demoler. De llevar libros en la mochila pero nunca leerlos porque pasan cosas más interesantes afuera del tram.

Quizás en algún momento logre encontrar un lugar físico, real, habitable, en donde todo esto se condense o se transporte de alguna forma. Muchas personas dicen que cuando se van de su país dejan todo atrás, que hasta en cierto punto se sienten un poco en el limbo porque ya no saben a dónde pertenecen. A mi no me hace falta, yo sé donde pertenezco, yo llevo mi hogar conmigo.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

 
Google+