Sobre lo definitivo


Mientras guardo cosa tras cosa en lo que parece ser una mudanza que no tiene fin, y veo como mi pieza va quedando cada vez más vacía, tengo que admitir que me siento... triste. Pero no el triste de los tal vez o de los quizás, sino la tristeza de los puntos finales.  De lo definitivo.

A pesar de que me mudé más veces de las que puedo contar esto se siente distinto. Me estoy yendo de la ciudad que fue mi casa por los últimos 8 años. Pero también me estoy por ir del país que lo fue por 26. Igual, uno pensaría que con lo que rompí las pelotas por irme no tendría por qué sentirme así. Pero lo hago. Creo que es inevitable cuando se cierra una etapa, y especialmente una como esta, porque significa dejar a mis amigos, a mi departamento hermoso, a mis roommates, a los lugares a los que iba y a la vida que llevaba, pero por sobre todo porque significa que no soy más una estudiante y que ahora, de verdad, soy responsable de mi misma. No es que antes no lo haya sido... Ustedes saben lo que quiero decir.

Nunca fui muy apegada a las cosas ni a los lugares y por eso son contadas las veces en que sentí el final de las cosas que llegan a su término. Cuando me subí en el colectivo que me trajo de Jujuy a Córdoba para convertirme en una universitaria. Cuando cerré la puerta de Pearl St para emprender el regreso a casa. Cuando vi esa dichosa foto en Facebook. La próxima va a ser cuando suba la última cosa al camión, abrace a todos mis amigos y cierre la puerta antigua y pesadísima de Sarmiento al 71. Son momentos en que el sentimiento es inequívoco, inconfundible. Hasta acá llegamos. Se acabó lo que se daba.

Y es que los finales definitivos tienen un gusto tan distinto a los abiertos. No hay opciones, no hay matices. Es lo que tiene que pasar, son necesarios e inevitables. 

A veces hasta son pedidos. Por favor, que esto termine.

¿Cuántos pasos tengo que seguir para hacer que algo sea definitivo?

Lo irreversible de borrar su teléfono, de eliminar todas las fotos de cuanta red social o dispositivo electrónico haya. Lo decisivo de tirar todo lo que se dejó en mis cajones: las notas de amor, los chicles que tenían el mismo gusto que él, los fósforos, las púas, las medias. El golpe mortal de cortar todo tipo de diálogo o contacto. Por favor, que esto termine.

Llenar cajas con libros, llenar bolsas con basura, llenar valijas con ropa. Tirar, desprenderse. El ruido de la cinta de embalar estirada sobre cajas una y otra vez. Dormir en el sillón porque ya ni tu cama tenés. Las fiestas de despedida. Los abrazos, los besos, las lágrimas. Las últimas palabras. El ir cerrando las puertas con llave, quemando los puentes. Por favor, que esto (no) termine.

Por suerte las cosas se terminan. Queramos o no. Nos demos cuenta de que es necesario o no. Porque de lo definitivo, de lo terminado, viene lo nuevo y lo desconocido. Lo emocionante. Sí, estoy triste y tengo mis miedos y dudas. Sí, hay una posibilidad de que las cosas no salgan como las tengo pensadas. Pero incluso con todos mis planes, con todos los afectos que estoy dejando, con la comodidad y la seguridad, las costumbres y las cosas de las que me voy a perder, por favor, que esto termine. 






No hay comentarios.:

Publicar un comentario

 
Google+