También podría decirse que nació libre, sin ataduras, sin territorio, sin fronteras y con una mente tan creativa que fue allí donde dibujó su propio mundo encantado. Su madre la llamó Mi-Sol; nadie sabe bien si por lo resplandeciente, por sus pelos claros o su piel blanquecina... pero la leyenda cuenta que esta niña tenía luz propia e iluminaba a quienes estaban a su alrededor.
También inquietaba a todo ser con el que se topara: siempre atenta, curiosa y despierta, cautivaba a muchos con sus frases de adultos y razonamientos que provocaban una seguidilla de bocas abiertas. Ella era consciente de esto y sonreía por lo bajo, orgullosa de sí misma.
Antes de la adolescencia, se enfrentó con bestias y monstruos, algunos temores que le hicieron perder el rumbo; fueron años de oscuridad, pero Mi-Sol encontró de nuevo la luz. Se refugió en el arte, aquel que era capaz de crear desde su imaginación.
Lo que nadie supo jamás fue su resguardado secreto: podía hacer realidad todo lo que imaginaba.
Así fue como gastó miles y miles de lápices de punta negra, gris e infinitos colores; dibujaba trazos, edificios altos y pintorescos, personajes con pelos inflados, caminos que la condujeron al fin del mundo, amores que se tomaban de la mano y sonreían, ojos grandes que destellaban, frases con garabatos audibles.
Todo lo que pensaba, lo dibujaba y, así, se hacía realidad.
Esa era su imaginación, pero también era su mundo.
Esa era su imaginación, pero también era su mundo.
Una mañana calurosa, entre mosquitos y humedad, Mi-Sol se despertó sobresaltada: había tenido un sueño, de esos vívidos, coloridos, en los que los olores aún la perseguían y las sensaciones le erizaban la piel.
Se volcó sobre el papel, blanco inmaculado, apoyó la punta del lápiz negro y trazó una, dos, mil líneas; garabateó, esfumó, contorneó y pintó. La velocidad era tal que sus movimientos parecían confusos, todo el cabello tirado hacia adelante, sobre el papel, sus manos rápidas se movían en distintas direcciones, la lengua se contorsionaba entre sus dientes, sus ojos se achinaban al contemplar y seguían, sin detenerse.
De repente, el lápiz cayó al suelo provocando un tintineo que retumbó en la habitación.
Mi-Sol había desaparecido.
Cuando sus seres queridos entraron para buscarla, ella ya no estaba ahí. Sólo hallaron una hoja llena de color, que les pareció bonita y decidieron conservarla. A ella la buscaron desesperadamente durante semanas, meses y años. Algunos pensaron en un secuestro; otros que había huido.
¿El dibujo? Permanece enmarcado, colgado en la pared de una simple casa familiar. Lo que pocos alguna vez supieron es que por las noches suele sentirse movimiento en el cuadro; aparece danzando una niña de pelos azules, boca pequeña, dientes afilados, una piel blanca como la leche, manos inquietas, ojos rasgados y un andar saltarín que recorre sin fin fronteras y paisajes, en un mundo que no se llama mundo, sino libertad.
Precioso KQ!
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