Estimado


Estimado:
(Es tan raro decirte así: estimado. Pero empecé a escribir esto y me di cuenta que de alguna forma me tenía que dirigir a vos y realmente no pude pensar en otras cosas. Siempre odié la palabra querido, y hace tiempo que no nos dirigimos el uno al otro con términos afectivos o apodos. Y todavía no puedo decir tu nombre sin que esté cargado de alguna emoción, que no siempre es la misma, entonces ya no sé si podría escribirte esto que va a continuación.)
Ahora que somos amigos, estimado, a veces nos contamos nuestros problemas. Solamente a veces porque los dos sabemos que esta amistad es una mentira, y que es más por ser maduros y mantenernos en contacto que porque realmente exista un vínculo de ese tipo. En fin, esta fue una de las pocas veces en las que viniste a mí con un problema. Habría preferido que le consultaras esto a otra persona, pero si me lo preguntaste es porque realmente no te quedaba otra.
Viniste y me contaste que tenés una nueva novia, o tenías, ya no sé, porque también me contaste que siempre la hacés llorar, siempre enojar, sufrir. Que no importaba lo que hicieras siempre la terminabas lastimando. Y me preguntaste si cuando estuvimos juntos yo también me había sentido así, si era un patrón que repetías, que no podías evitar hacer miserable a la gente.
Pensé en contestarte, con nuestro rompimiento tan fresco en la mente, que sí. Que sos un flor de hijo de puta y que nunca fui tan infeliz como en los últimos meses de nuestra relación. Pensé en contarte todas las veces que me sentí sola, no querida, no valorada.
Pero me di cuenta que cuando eso pasó te lo hice saber. Nunca fui de controlarme cuando estoy enojada, soy verborrágica y cuando algo me saca lo digo, a veces de las peores formas. Prueba de eso son las infinitas discusiones que quedaron registradas en cuanto medio de comunicación hayamos usado. Entonces me di cuenta que solamente me preguntabas para corroborar lo que ya sabías.
Pero no quiero que pienses así de vos, estimado. Hay un montón de cosas que no sabés. Porque así de mandada que fui para putearte y enojarme y decirte todo lo estabas haciendo mal, fui de corta para contarte todo lo que hiciste bien.
Nunca te conté de las mariposas que sentí cuando me diste un beso en la frente en medio de la universidad. De la alegría que me daban cosas tan cotidianas como doblar la ropa al lado tuyo, tomar café afuera de la biblioteca, encontrarnos de casualidad caminando por la calle. De lo reconfortante que era saber que habías llenado tu alacena de té y galletitas porque era lo único que quería comer. De cómo casi se me escapa un primer te amo cuando te quedaste hasta las 4 am corrigiendo ese ensayo que escribí.
Tampoco nunca te conté de esa vez que volvimos de una de esas míticas fiestas de verano y que cada vez que vos me besabas, y yo cerraba los ojos, veía flores. Gigantes, hermosas. Azules, violetas, rosadas. ¿Querés saber cómo me sentí el tiempo que estuve con vos? Así, como si todas las flores del mundo florecieran adentro mío.
Como ves, estimado, a veces supiste hacer las cosas bien.     


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