Time-lapse en palabras: una argentina en Madrid


Un día me fui y una parte de mi nunca volvió. Cual horrocruxes, mi alma comenzó a desprenderse y dejar algún rastro por cada lugar por el que un sueño se me hacía realidad. Me subí al primer avión; en horas al segundo y en meses a 24. Atravesé un océano, volé por tres continentes y conocí más de 10 países en seis meses.
Convertí en mi hogar un piso; conviví con un hombre y me hice amiga de una estudiante de ingeniería. Caminé sola, sin miedo, por largas avenidas a altas horas de la madrugada, una, dos, decenas de veces. Aprendí a coger el autobús, a despachar maletas y a correr el renfe. Salí de tapas, bebí cañas y extrañaré por siempre el irremplazable tinto de verano.
Salí a correr dos veces al Parque de El Retiro; muchas veces más lo atravesé. Me enamoré de sus árboles con forma de chupetines y hasta me la imaginé a Alicia, corriendo a un conejo blanco con reloj.
Confieso que esperé a último momento para recorrer El Prado, que nunca vi una película doblada al gallego y que me costó un mes encontrar la Plaza Mayor. La primera vez que llegué al Debod la fuente no tenía agua. No fue difícil adecuarme a decir "Euros", pero aprendí fácil a gastarlos en rebajas.
Supe que la línea nueve de Metro, en la parada de Ibiza, siempre huele mal; que los pasajeros suelen hacer una fila para subir por las escaleras mecánicas, dejando un lado para ir andando y otro para dejarse llevar. Creo que fui la única que subía corriendo por las escaleras del medio. Fue muy loco notar que todos leían novelas mientras se transportaban de un lugar a otro. La escalera mecánica de Príncipe de Vergara estuvo en reparación por cuatro meses. Los mismos tardé en descubrir que podía ir en autobús a la universidad.
Las expendedoras de comida siempre tenían bocadillos de tortilla de patatas. Extraño el sabor de los San Jacobos. Nunca probé un pintxo que tuviera aspecto extraño. Me encantaba la expresión "¡a por unas patatas bravas, tío!". Recuerdo que la primera semana comía siempre en la cafetería de la facultad, hasta que me di cuenta lo que valían cinco euros.
Me gustaba llegar a Sol, detenerme y ver a los turistas sacarse fotos al lado de una pequeña estatua de un oso y un brócoli gigante. Aunque me parecía un acto extraño, le toqué el tobillo cuantas veces pasé por ahí. Algunas ocasiones, cerraba los ojos y me sentía en Babel.
Todavía me divierten las prostitutas de la calle de la Montera y sus ocurrencias, los gritos que anunciaban las cervezas a Euro y me encandila pensar en el cartel de Schueppes que encabezaba la Gran Vía.
Extraño recorrer todos los bares pidiendo chupitos gratis los jueves. Perderme entre las laberínticas calles de Malasaña y sentirme extranjera en La Latina. Bajarme por la puerta contraria del Metro en Avenida de América y correr escaleras arriba hasta el andén de Chamartín cada día de semana que llegaba tarde a cursar (siempre). Me recuerdo como tonta quedándome viendo las cuatro torres.
Fui vitalicia del Nº 12 de La Puebla y conservo imborrable en la memoria a una brasilera rubia bailando el hit "rabiosa" arriba de una inestable mesa blanca, mientras a su alrededor reían chilenos, mexicanos, colombianos y argentinos.
Compré latas de cerveza y Coca-Cola a 45 céntimos y seis postrecitos a 75 céntimos en el súper de abajo de casa. Extraño los supermercados Día y pasear por El Corte Inglés. Y también ser hija de Santander... ¡Y pagar hasta el taxi con tarjeta, joder! También las incontables librerías y los libros tan baratos.
Mis manos tipeaban automáticamente, todos los días, carolina.rivadeneira@estudiante.uam.es para ingresar a mi usuario. Me volví loca buscando la fotocopiadora, hasta que entendí que lo que estaba buscando, en realidad, era una reprografía . Fotocopié libros de canuto en Nuevos Ministerios. Fui al WC mixto de la facultad. Esperé el 601 en la parada de la UAM para ir a Plaza de Castilla y crucé el puente en Cantoblanco para tomarme la línea de renfe "San Sebastián de los Reyes - Atocha - Parla". Temí equivocarme y terminar en Colmenar Viejo.
No olvidé ese día cualquiera que, volviendo en tren desde la facultad, bajé impulsivamente en un andén viejo, hice combinación y terminé en Cercedilla, buscando nieve. Estaba helado y blanco, pero no nevó. Estuve sola en un pueblo fantasma; me dio a Winterfell después de ser abandonado.
Concurrí religiosamente cada miércoles a 100 Montaditos o los viernes a El Tigre, mientras algún gracioso hacía que la mesera nos llamara "Albert". Fue rutina, también, prestarle atención a los carteles digitales de aviso de temperatura antes de salir a la acera; y temer cuando figuraba "-5ºC".
Caminé hasta Cibeles para tomarme un búho cada viernes y cada sábado; quizás también algún miércoles. Y festejé por 10 minutos en el Ayuntamiento gritando "ala Madrí", mientras flameaban algunas banderas del Real Madrid y sus portadores nos gritaban en la cara canciones contra Messi.
Una noche quise conocer algo distinto y llegué a un parque circundado por un río prehistórico. Ahí me crucé casualmente con un puente medieval de adoquines y, a unos pasos de distancia, con uno moderno construido con círculos metálicos cual Nasa. Desde allí, escuché a la hinchada alentando en el Vicente Calderón.
Fue extraño llegar a una senda peatonal y que los coches frenaran por arte de magia.
¿Alguno se puso a pensar en lo raro que eran los cochecitos para bebés? ¿O que niños de 4 años todavía anduvieran en carrito?
Quizás ninguno se haya percatado de los atardeceres colores pastel que se vislumbraban desde el piso 11 de Barrio del Pilar; aunque nadie se olvidará la fiesta de disfraces que nos convocó ahí mismo (estoy segura que ningún madrileño se olvidará, tampoco, de nosotros viajando disfrazados en el Metro).
Todavía me encuentro recordando la frase "atenzión: estazión en curva. Al zalir, tengan cuidado de no introduzir el pie entre coche y andén".
Realmente, lo mejor de los españoles son los feriados puente o los días fiesta. Aunque, quizás, más copado fue que mis compañeros de asignaturas se tomaran unas pintas antes de entrar a clases, en el bar de la facultad.
Pero, a decir verdad, lo que más extraño no es nada de esto, en particular.
Lo que continuamente vuelve a mi cabeza es el recuerdo de ese yo que fui estando en otro lugar.
Lo que en verdad sucede, entonces, es darme cuenta cuánto me extraño.

Puerta de Alcalá

3 comentarios:

  1. ¡Che! amiga, que buena crónica la que has hecho de tu estancia en Madrid.
    Yo como madrileño conozco lo que viste, pero lo viviste con más intensidad ¡seguro!.
    Un abrazo grande y un placer desde ahora el tenerte ven mis círculos.
    Besos desde España

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    Respuestas
    1. ¡Hola Francisco! Qué bueno encontrar acá tu mensaje y tus saludos que llegan desde lejos. Así, la gente se siente más cerca. Muchas gracias :) ¡Nos seguimos leyendo! Un abrazo argentino.

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    2. ¡Qué fuerte llegó ese abrazo!
      Mi gratitud.

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