Escribir un blog, ir a plantar un árbol, tener un gato


Después de casi 8 años de vivir sola tuve que volver a vivir con mi familia. 
Lo que pasa es que tengo un plan. Un plan que estoy muy apurada por cumplir y que involucra mucha plata y preparación, y si lo quiero llevar a cabo a corto plazo no tenía muchas alternativas. "Nunca mucho costó poco", dijo mi tío al respecto de esta mudanza cuando se enteró.
Tengo que admitir que en un principio esto no fue algo fácil de procesar. ¿Cómo no tomarlo como un fracaso, como un retroceso? Traté de prolongar el cambio lo más posible, buscando trabajos, consiguiendo los más horribles… pero los tiempos se acotaban y los ahorros no crecían. Después de casi 8 años tuve que dejar Córdoba. Imaginen lo difícil que fue que no le conté a casi nadie para no hacerlo definitivo, para evitar despedidas, conclusiones.
Un mes después sigo sin acostumbrarme. Mi frustración está llegando a niveles insospechados. Y podría estar triste todo el día, llorando por lo mucho que extraño, lo poco que hay para hacer acá, o cómo no tengo un minuto de silencio o privacidad.
Pero después me di cuenta que esto, como todo, es transitorio. Que es para cumplir algo que quiero mucho. Que ya que estoy en el baile voy a sacar provecho de la situación. Entonces decidí disfrutar lo que me toca. Hacer cosas que me hagan feliz mientras esté acá. Aprovechar cada oportunidad que se me presente. Cumplir metas más chicas antes del gran salto. 
Es así como hoy terminé en una plantada de árboles que organizaba el colegio de mis hermanos. Los fines del evento eran un tanto religiosos, pero yo quería plantar un árbol sin importar para qué. Como para tachar algo de la lista. Me vestí para la ocasión, preparé el mate y agarré la cámara. No me paraba nadie. Excepto los curas. El tema es que tenía una sola hora para hacerlo, la cual entre introducciones, rezos y bendiciones se terminó pasando y yo no toqué ni una ramita. 
La intención estuvo.
Y cuando salía de ahí me acordé de la frase esa de “escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo”. Pensé que como metas, en teoría y muy abstractamente, sonaban muy lindas. Muy prometedoras. Unas más cumplibles que otras. 
Pensé que a mi manera lo estaba haciendo. No estaré escribiendo un libro, pero escribo este blog que me hace muy feliz. Me encanta entrar y ver que nos leen hasta en Polonia, leer los comentarios que nos hacen y que se identifiquen con lo que nos pasa. Me encanta pasar horas hablando con kQ sobre los contenidos, o las secciones o el diseño. 
Y tengo todas las intenciones de plantar un árbol. Muchos, en realidad, si es posible. La próxima no va a haber protocolo y ceremonial que se interponga. Aunque sea voy a plantar un potus en el patio de casa. 
Lo del hijo está complicado. No tengo con quién y todavía no termino de decidir si en realidad quiero uno. Pero lo que quiero seguro es un gato. Muchos, en realidad, si es posible. Primero tengo que encontrar un país en donde quiera quedarme por más de un año.
A lo que iba todo esto (me desvié, lo sé), es que yo antes me planteaba metas enormes. Cuando era chica pensaba que a esta edad ya iba a estar recibida, con un súper trabajo, de novia para casarme y con todo el pasaporte sellado. Y no está mal plantearse esas cosas. El tema es que nunca pensé en los esfuerzos que estas cosas involucran, y al principio, cada vez que un plazo (autoimpuesto) se postergaba me frustraba un montón. 
Por suerte me terminé dando cuenta que estaba bastante loca. Que está bueno tener planes, pero hay que ser flexible. Que también está bueno tener otros objetivos donde los resultados sean más inmediatos porque son esas las que te impulsan a seguir. 
Y en el camino habrá que hacer sacrificios. Pero siempre vale la pena.
Nunca mucho costó poco.
Y esto es mucho.

 

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