Ayer viniste mientras estaba merendando a las apuradas y me preguntaste por qué me quiero ir. Me preguntaste si era porque no consigo trabajo, o por la economía, o por la presidente. Medio atragantada con la tostada y ya saliendo de casa te dije que esos eran algunos de los motivos pero que la razón principal es porque el mundo es maravilloso y enorme y quedarme en un solo lugar no me parece una opción. Abriste grande los ojos y, como siempre que trato de explicarte alguna de mis posturas sobre la vida, me miraste con cara de no entender.
Me hubiese gustado tener más tiempo para elaborar mi respuesta o tener algún ratito en estos días para sentarme a charlar y explicarte, pero como no creo que eso vaya a pasar te escribo esta especie de carta.
Te escribo para contarte que afuera de la ciudad donde vivimos hay mundos muy diferentes, paisajes para ver, comidas para probar. Personas que van a cambiar tu forma de ver la vida: esto no quiere decir que siempre te vayan a tratar bien pero sí que siempre vas a aprender algo de ellos. Y algunas de esas personas te van a hacer sentir cosas que nunca sentiste (de nuevo, no siempre para bien).
Los atardeceres son distintos, las horas pasan de otra forma. No importa cuántas veces metas los pies en la arena, ninguna se siente igual. Y hay edificios con formas extrañas, pinturas con cientos de años, estatuas que miraron a la historia pasar.
Que uno no es el mismo, nunca es el mismo cuando está de viaje, no es el mismo ni siquiera de una ciudad a otra. Te brillan los ojos, siempre tenés color en los cachetes, dormís mejor aunque sea menos, hasta tu risa suena distinta. Y te desafías constantemente: haciendo cosas que nunca pensaste hacer, comiendo comidas que normalmente lo pensarías dos veces, hablando con gente que muchas veces es tan, tan diferente.
Sos chico y no pretendo que entiendas todo esto. Pero me gusta pensar que un día cuando tengas 16, 17, 18... los años que te hagan falta, vas a querer conocer más. No hace falta que quieras irte a la otra punta del mundo como yo, que mientras más lejos mejor, con que quieras conocer algo nuevo me alcanza.
Pero para eso tenés que dejar de estar asustado, de tenerle miedo a lo desconocido. Es también por eso que te escribo. Para decirte que ni los zombies, ni los helicópteros que sobrevuelan buscando ladrones, ni las enfermedades raras que andan dando vueltas por ahí tendrían que impedirte hacer cosas. También tenés que dejar de tomarte todo tan en serio, tan personal. Nada es tan trágico, nada es tan definitivo. Por suerte nadie es el pupo del mundo. En la trama de la vida, en el gran contexto de las cosas, nada de todas las cosas por las que te preocupás o por las que te enojás importa.
Capaz estoy exagerando y todo sea sólo una etapa. Pero soy tu hermana y me preocupo.
Me gustaría que un día mires arriba y te des cuenta que ese cielo que parece una cúpula protectora celeste es en realidad transparente y que atrás de eso esta el universo, con sus millones de estrellas y galaxias y, muy posiblemente otros mundos. Cuando te des cuenta de eso capaz te sientas minúsculo por un par de segundos, pero te aseguro que después te vas a sentir invencible. Sos parte de todo eso. Infinito. Vivo. Libre. ¿No es increíble? ¿No es hermoso? Ojalá algún día pienses que sí.
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