Viajé a los recuerdos; me fui a Buenos Aires

Uno se va del "interior" hacia Buenos Aires con algo más que ropa en la mochila y accesorios inútiles. Se va con algunos resguardos y recomendaciones; incluso con algunos miedos.
Recuerdo que cuando era adolescente, viajaba hacia "la capital" tan despreocupadamente que hoy, 8 años después, me causo un poco de celos.
No sé si por haber crecido o porque me volví más quisquillosa, lo cierto es que viajar a Buenos Aires implica un gran control mental. Sin embargo, anhelaba volver desde lo profundo de mi interior. Recorrer sus callecitas llenas de historias, visitar sus centros turísticos, sentarme en un barcito a beber cerveza, sentirme transitar por un lugar nuevo.
En cierta medida, y no vamos a engañarnos, necesitaba irme: viajar. Quería volver a extrañarme, a sorprenderme, a saborear cada espacio, a descubrir y re-descubrirme.
Elegí Buenos Aires porque por un lugar hay que empezar. No sería una ciudad desconocida, pero en esta nueva etapa de volverme a lanzar al mundo, de conocer y explorar, consideré oportuno comenzar por un lugar donde tuviera acceso fácil, comodidades económicas y donde hubiese espacios nuevos por recorrer y otros viejos que recordar.
Suma también a la decisión el no haber viajado sola. Cuando una va acompañada, hay que negociar y ponerse de acuerdo en el destino; así fue, allá fuimos.
Son nueve las horas que separan a la capital de Córdoba, yendo en autobús. Al despertar, me sorprendieron las últimas luces nocturnas iluminando sus avenidas y puentes peatonales; los enormes carteles publicitarios a sus costados. Me llena de emoción arribar a un lugar; quiero mirarlo todo, no perderme detalle.
Retiro suele ser un mundo de gente, pero me sorprendió su relativa tranquilidad. Nos dirigimos al subte; necesitábamos llegar a Palermo.
¡Cómo extrañaba el subte! Se me vino a la mente Madrid, mis épocas de metro, combinaciones y estaciones. Me detuve a hacer algo tan sencillo como leer un mapa: recorrer con la mirada cada parada, sus puntos de referencia relevantes, mientras iba construyendo mentalmente la ciudad que debería pasar por arriba de nosotros.
Recuerdo que la primera impresión que tuve de Madrid fue que era un lugar conocido; era mi Buenos Aires español. Esta vez me pasó al revés: los edificios anchos y altos, las estatuas sujetando balcones, las columnas de mármol, las calles anchas y algunos adoquines, me hicieron saborear algunos recuerdos madrileños.
Buenos Aires es inmensa y hermosa; la vorágine que la caracteriza no deja de hacerla atractiva y, en cada esquina donde doblás, te sorprende un nuevo lugar por recorrer y admirar.
Puede que me esté volviendo vieja y quisquillosa, pero también los años me han regalado una maravillosa forma de apreciar las cosas: me detengo en los detalles de las paredes, en las expresiones de las estatuas, en las alturas de los edificios, en los gestos de las personas, en los colores de las hojas de los árboles, en la composición de las luces y sombras, en los colores de graffitis.
He descubierto, con el paso del tiempo, que me asombran los contrastes: lo viejo junto a lo nuevo; el agua junto a la orilla; las sirenas de los autos y el piar de los pájaros; las caras achinadas, negras y occidentales; los niños de la mano de sus abuelos; las caretas del teatro; lo moderno y lo clásico; la ciudad despierta y la necrópolis de los cementerios; las tonadas y las lenguas; transitar en subterráneo, con la ciudad sobre mi cabeza, y mirar desde la terraza de un bar a la gente caminar bajo mis pies.
Buenos Aires me ofreció eso y me revivió el instinto voraz de registrarlo todo: visualmente, fotográficamente e imaginariamente. ¿Quién no fantaseó con las historias de fantasmas en las casas antiguas; o con los representantes del Cabildo frente a la Plaza de Mayo; o con los presidentes que deben haber transitado por las escalinatas de la casa Rosada; o con alguna máquina fotográfica mágica que se pudiera conseguir en San Telmo?
Esa ciudad me inspiró; me permitió extrañarme de las cosas, volver a vivir desde un lugar desconocido. Me traje conmigo ganas de volver, de lugares pendientes por transitar y unas alas inmensas para abrirlas hacia el viento y dejarme llevar hacia el próximo destino. Quién sabe dónde; quién sabe cuándo.


RECORRIDO: Teatro Colón; Av. 9 de Julio; Obelisco; Diagonal Norte; Plaza 25 de Mayo: Cabildo, Catedral, Casa Rosada; Museo del Bicentenario; Barrio Montserrat; Plaza Cerrano; Show de Stand Up en Palermo Holliwood; Bosques de Palermo; Jardín Botánico; Jardín Japonés; Barrio de San Telmo; Barrio de La Boca: caminito; Puerto Madero (visitar la Fragata Sarmiento); Barrio Chino; Planetario; Floralis Genérica; Facultad de Derecho-UBA; Barrio de Recoleta; Cementerio de la Recoleta; Malba.
CANTIDAD DE DÍAS: 3 (intensos). ACCESO: subte, autobús público, taxi, a pie. IMPORTANTE: todos los lugares se pueden visitar (incluso la Casa Rosada) de forma gratuita; es importante entrar en la web y consultar días.

Arriba Derecha: Plaza 25 de Mayo, desde el balcón de la Casa Rosada. Izquierda: Caminito.
Abajo Derecha: Teatro Colón; Salón Blanco de la Casa Rosada. Izquierda: Cementerio de la Recoleta.

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